sábado, 12 de septiembre de 2015

UNA FIESTA PRIVADA, ROJA COMO LA SANGRE…


 Columna publicada el domingo 6 de septiembre de 2015 en los diarios La Voz y 2001

“Tun! Tun! Tun tururum tururum!... Tun! Tun! Tun tururum tururum!... Tun! Tun!...” Así suena, a altísimo volumen, la música que inunda el salón de fiestas más exclusivo del país, un lugar llamado “Miraflores”. 

Dentro de él se realiza, desde hace 17 años, la fiesta privada más larga y más cara de la historia. En lugar de alegría allí hay ebriedad, enajenación y –de alguna manera- depravación. Un grupete que llegó al poder con las banderas de la “revolución”, de la “igualdad” y sobre todo de la “participación protagónica del pueblo” ahora ha tomado medidas muy severas, muy estrictas, para que en su fiesta sólo participen ellos, los del cogollo rojo, los del clan cínico-militar: Civiles que alguna vez fueron izquierdistas y hoy son xenófobos reaccionarios, entrelazados con militares derechistas ahora disfrazados de socialistas a la cubana, liban licores cuyo costo por botella excede en mucho lo que un obrero gana en un mes, si tiene la suerte de conseguir trabajo. Pero esos son “detalles” que no importan a los asistentes al rojo festín. Mas que el licor u otras sustancias, el poder los aturde, y la música ensordece: “Tun! Tun! Tun tururum tururum!...” 

Fuera del salón hay un país que intenta hacerse escuchar a gritos. Sus voces son apagadas por el ruido estridente de la fiesta roja. Y no pueden acercarse mucho a las puertas del sarao porque los escoltas, con y sin uniforme, mantienen a la gente a distancia prudencial. Puertas afuera de la roja fiesta privada se agolpan venezolanos de a pie, hombres y mujeres sencillos, que tienen cosas urgentes que decir a los dueños del poder. Se trata de ese pueblo que antes lograba que sus voces llegaran hasta los escritorios de los tomadores de decisiones gracias a que sus reclamos eran recogidos por la prensa, la radio o la televisión. 

Hoy no es así. Quienes manejan la prensa oficialista (y la domesticada) son los “disc jockey” de la fiesta roja, los “Dj’s” de la miniteca “Hegemonía Comunicacional”. Cuando por casualidad algún grito desesperado del pueblo logra rebasar las paredes del palacio y pasa por encima de las cabezas de los espalderos, entonces algún fastidiado poderoso le pasa un papelito al “pincha disco” de turno, con un mensaje que siempre es el mismo: “Suban el volumen de la música, para que no se escuchen los gritos de esa gente de allá fuera”. “Tun! Tun! Tun tururum tururum!...”, es la respuesta. 

Desde Sabaneta de Barinas llega un grito, y no es precisamente un cuento de arañero: En la cola del Mega-Mercal murió aplastada una señora, una abuela, en medio del tumulto que para comprar comida se produjo tras horas de cola. No es una cifra, ni una estadística. Tenía nombre y apellido: Era María Aguirre, tenía 76 años, era artesana, tenía seguramente hijos y nietos, vecinos y amigos. Sus gritos no obtienen respuesta por parte de los traficantes del poder que están en su fiesta privada. Lo único que se escucha es “Tun! Tun! Tun tururum tururum!...” 

Otro alarido se estrella desde Barquisimeto contra los muros del rojo salón de fiestas. En la sala de emergencias del Hospital Antonio María Pineda coinciden cinco personas heridas de bala. No hay con que atender a esos venezolanos, y el personal médico y paramédico le indica a los familiares que insumos son necesarios, cuanto cuestan y donde conseguirlos, para poder salvar esas vidas. Las familias, que si no fueran pobres no hubieran ido a buscar asistencia a un hospital público, montan en cólera que –aunque justa- intenta desquitarse con los también inocentes médicos y enfermeros, tan víctimas como ellos del gobierno de quienes están dentro de la fiesta privada. Todos, médicos, heridos, familiares, gritan pidiendo ayuda a quienes están dentro del rumbón rojo. Y lo único que escuchan como respuesta es el ruido estridente: “Tun! Tun! Tun tururum tururum!...” 

Desde Puerto La Cruz otro grito es aplastado por la indiferencia contra las cerradas puertas del banquete rojo. Hace 14 años, cuando los asistentes a la roja fiesta privada ya tenían tres años entre güisquis y pasapalos, Héctor Díaz Zerpa apenas había celebrado nueve cumpleaños. A esa muy tierna edad (y en plena “revolución”) Héctor empezó a trabajar como carretillero en el mercado de pescadores “Los Boqueticos”. En eso se desempeñó hasta el pasado jueves 3 de septiembre, cuando cae víctima de la balas. No balas del hampa, por cierto... 

Balas disparadas en medio de una “Operación de Liberación del Pueblo” desarrollada por la Guardia Nacional “Bolivariana” en el sector El Paraíso de Puerto La Cruz. A sus 23 años de edad Héctor deja cuatro pequeños huérfanos. Niños que, si no cambiamos este país, probablemente no tendrán una vida mejor que la de su padre, a quien la “revolución” solo supo darle una carretilla… y cuatro balas, una por cada hijo. Los gritos de esos cuatro huérfanos, de los hijos del carretillero asesinado, tampoco logaron oírse en medio del ensordecedor estruendo de la fiesta privada, tan roja como la sangre de Héctor. En vez de respuesta, lo único que se escuchó fue esto: “Tun! Tun! Tun tururum tururum!...” 

El país indignado que se agolpa a las puertas del salón de fiesta “Miraflores” no aguanta más. Por mucho que suban el volumen de la música, es mas poderoso ya el estruendo del malestar… y también de la esperanza de todo un pueblo. Quienes desde hace 17 años han gastado ya mas de un millón de millones de dólares en el goce sensual del poder, están tan enceguecidos por la soberbia que aparentan no darse cuenta que en realidad ellos son unos “coleados” en esa fiesta, que ellos están allí porque alguien los metió, y que ese alguien se murió. Ninguno de los que esta echándose palos en esa roja fiesta privada que es hoy por hoy el poder en Venezuela goza del cariño ni de la confianza de quienes afuera, cada vez mas iracundos, reclaman ser oídos y exigen ser atendidos. 

Es tiempo ya de acabar con la fiesta privada en que la macolla roja convirtió al Poder en Venezuela. No se trata aquí de un “quítate tu para ponerme yo”, de cambiar a un partido por otro o a un liderazgo por otro. Se trata de rescatar el BIEN COMÚN como objeto de la acción del Estado y de la sociedad. Desde hace 17 años, el bien común como objetivo del Estado fue sustituido por “el interés de la revolución”, que en términos muy concretos terminó siendo el interés del cogollo, el interés y la conveniencia de los asistentes a la fiesta privada. 

Es inmoral que el poder sea una fiesta para algunos, mientras abuelas mueren aplastadas al querer comprar comida para sus nietos, mientras heridos se desangran en hospitales sin insumos o mientras ciudadanos humildes son asesinados por quienes deberían protegerlos. Venezuela puede ser un mejor país para todos, si todos remamos en la misma dirección para lograrlo. En eso, precisamente, estamos. El 6 de diciembre es la oportunidad del cambio. La consigna es clara: Abajo y a la izquierda. Allí queda la UNICA tarjeta de la Unidad. TODAS LAS DEMAS TARJETAS SON DEL GOBIERNO. ¡PALANTE! 

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